Sabes qué produce el miedo en el cerebro?
Cuando sientes miedo, el corazón se acelera, abres los ojos, incrementa tu nivel de atención (eres capaz de concentrarte más y durante más tiempo), etc. Pero ¿qué ocurre realmente en el cerebro ante una situación de este tipo?
Llamamos miedo a la sensación de angustia que experimentamos ante una situación de peligro o amenaza, real o imaginaria. En el cerebro, el miedo es el resultado de la activación de un sistema de alarma adaptativo ante un peligro, que lleva a cambios fisiológicos, comportamentales y cognitivos que nos ayudan a sobrevivir.
Durante toda la investigación neurocientífica, se ha relacionado el miedo con una estructura cerebral llamada amígdala. Esta está situada en el sistema límbico y juega un papel fundamental en la búsqueda y detección de señales de peligro, además de estar implicada en otras emociones. La amígdala se encuentra generalmente inactiva, pero ante la más mínima amenaza, se activa.
No obstante, de forma más reciente se ha encontrado que en el miedo hay otras estructuras y redes implicadas que, juntas, preparan a nuestro organismo para enfrentar la amenaza. De hecho, un reciente metaanálisis ha encontrado que la amígdala no es la estructura más importante en el miedo.
Aprendizaje del miedo
Aunque el miedo se produce de forma natural, gran parte de nuestros miedos se producen por aprendizaje. Es lo que se llama condicionamiento del miedo y puede realizarse de forma intencionada.
Este aprendizaje de tipo pavloviano se produce tras emparejas en varias ocasiones un estímulo neutro (por ejemplo, un cuadrado) con un estímulo aversivo (p. ej. un fuerte ruido).
Así, el estímulo neutro, que en principio no provoca ninguna reacción, acaba dando lugar a una respuesta condicionada, como puede ser taparse los oídos.
El aprendizaje del miedo se puede ver en trastornos en los que la persona no tenía, anteriormente, ninguna sensación negativa asociada a un evento. Por ejemplo, alguien que era capaz de tomar el transporte público, pero tras varios ataques de pánico y la consecuente percepción de que puede morir, le resulta aversivo montarse en un autobús.
Áreas cerebrales
De forma resumida, el miedo en el cerebro activa las siguientes áreas cerebrales: la ínsula, la corteza cingulada anterior dorsal y la corteza prefrontal dorsolateral.
- Ínsula: se encuentra a ambos lados del cerebro. Esta región integra información de tipo cognitivo, fisiológica y está relacionada con la formulación de predicciones sobre qué puede ocurrir. También es la encargada de integrar emociones provenientes de la amígdala y de los sentidos, dando lugar a interpretaciones de amenaza. Además, está relacionada con el condicionamiento aversivo, anticipando las consecuencias.
- Corteza cingulada anterior dorsal: tiene un papel esencial en el aprendizaje del miedo y en la conducta de evitación, así como en la experiencia subjetiva de ansiedad. Actúa como un mediador en situaciones de conflicto, determinando la importancia que tiene un estímulo, dirigiendo nuestra atención y aportando racionalidad. Así, cuanto más se activa, más atención dedicamos y, por tanto, mayor es el miedo.
- Corteza prefrontal: la región dorsolateral tiene que ver con la regulación emocional del miedo y en la expresión de respuestas fisiológicas relacionadas. Por otro lado, la región ventromedial permite distinguir los estímulos amenazantes de los seguros.
Expresión conductual del miedo
Cuando experimentos miedo nuestro cerebro reacciona rápida e involuntariamente. Pone en marcha una compleja red que permite emitir conductas para escapar de dicha situación.
Es decir, la ínsula hace que se comience a sudar, se acelera el corazón preparándolo para la huida, y se activan las piernas para correr. La corteza cingulada anterior centraría la atención en el peligro. La ínsula activaría las respuestas fisiológicas para preparar al cuerpo para huir. Y la corteza prefrontal pondría en marcha situaciones cognitivas para afrontarlo (Elegir entre pedir ayuda o correr, por ejemplo). En definitiva, el cerebro interviene en la supervivencia.
Sin embargo, si la conducta de huida o los pensamientos son excesivos, se puede producir un patrón de conducta desadaptativo como se ha nombrado anteriormente. Por ejemplo, provocando que no se salga más de casa.
En estos casos lo que ocurre es que la ínsula interpreta como amenazante un estímulo que no debería, o la corteza cingulada hace que nos centremos en estímulos neutros, así como tendemos a huir o evitar un estímulo no amenazante, bajo la influencia de la corteza prefrontal. Es decir, se anticipa un daño en una situación inocua, convirtiendo el miedo en patológico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario