Tsundoku, cuando acumulamos libros por mero placer
A veces, compramos más libros de los que tenemos tiempo para leer. Lo hacemos porque nos apasionan, porque los adoramos y no entendemos la vida sin esos mundos literarios... Si también tú te identificas, recuerda, eres un «tsundoku».
Hay sortilegio extraordinario en el mundo de las palabras. Existen idiomas que dan nombre a una serie de conceptos, sentimientos y prácticas que identificamos de inmediato pero que, sin embargo, no existen en nuestra lengua. Tsundoku es un ejemplo de ello. Se trata de un término japonés que define a la persona que acumula libros, a aquel que hace de su hogar un templo de lo literario.
Umberto Eco, por ejemplo, aseguraba que si alguien osaba robar todos los libros que tenía en su biblioteca particular de Milán, tardarían al menos dos noches en sacarlos y necesitarían un camión de gran tonelaje para transportarlas. Y esa, era una sola de sus bibliotecas. Porque en Monte Cerignone, Italia, tenía otra con cerca de 35.000 obras.
Otros grandes ejemplos del Tsundoku eran Julio Cortázar, también Jorge Luis Borges, Rudyard Kipling o Sir Arthur Conan Doyle, quien siempre explicaba que disponía de una bonita madriguera forrada de libros en la que escribía cada día.
Mario Benedetti, por su parte, legó la mitad de su extensa biblioteca personal al Centro de Estudios Iberoamericanos de la Universidad de Alicante, España.
Virginia Woolf disponía de más de 4000 libros y las hermanas Brönte, a pesar de la humildad de sus recursos personales, atesoraron también una gran cantidad de obras. Esos mundos, esos santuarios surtidos de palabras, de historias y de voces, eran los universos donde refugiarse, los mismos que les inspiraron y les ayudaron a hacer de la literatura su verdadera pasión.
Ahora bien, admitámoslo, no hace falta ser escritor para ser un tsudonku de pura cepa. Porque son muchos los que también tienen la afición (o necesidad) de acumular libros.
Tsundoku, el placer de acumular libros tiene también su parte «oscura»
Tsudonku proviene de dos términos nipones muy ilustrativos. Tenemos, por un lado, la raíz tsu que significa apilar (tsunami, por ejemplo, significa acumulación de olas). Por otro, doku, se traduce como lecturas, de manera que este vocablo nos habla de una realidad que se ve con frecuencia: apilamos libros y acumulamos lecturas en nuestros hogares hasta que el espacio nos lo permite.
Es muy posible que a más de uno le sea conocida esta situación. Llega un momento en que los libros ya no nos caben en las estanterías. Hacemos una especie de tetris intentando organizarlos, pero al poco, recurrimos a instalarlos en los lugares más insospechados, como en cajas por nuestras habitaciones o por debajo de las camas.
Nuestra casa al cabo de los años es como una vieja y pequeña librería de ciudad. Es más, la sola visión de esas acumulaciones hasta nos agrada.
Ahora bien, esta obsesión por los libros o bibliomanía tiene también su matiz peculiar y hasta un tanto «oscuro».
El peligro de acumular: adquirir, pero no leer
Tsudonku parece un término sacado de la actualidad, algo prototípico quizá de nuestra sociedad de consumo: adquirir, acumular, pero no llegar a consumir. Ocurre con muchos productos y mercados, como puede ser por ejemplo el de la moda. A menudo, compramos ropa que finalmente no usamos y que acabamos acumulando en nuestros armarios.
Este término apareció por primera vez en 1879 a raíz de que el escritor nipón Mori Senzo describiera ya una conducta habitual de su tiempo: personas que acumulan libros por placer, admiración u obsesión pero que, a menudo, no llegan a leer en su totalidad. Hay sin duda algo triste en esta conducta, algo que roza lo compulsivo y donde se descuida el que es sin duda el mejor tributo que podemos hacer a un libro y a su autor: la lectura.
La realidad es que la gran mayoría lo hacemos, cuando compramos un libro tenemos la intención de leerlo. El compromiso es real. Sin embargo, las obligaciones, nuestro ritmo de vida y las tareas pendientes lo impiden en muchos casos.
Tsudonku o el anhelo de disponer de un tiempo infinito para la lectura
Los maestros de Tsudonku abundan. Compramos no solo por placer, sino por necesidad, porque leer es para muchos como respirar: algo vital. Pero nos falta tiempo y los títulos que nos atraen en las librerías son infinitos. Compramos y acumulamos pensando que, en algún momento, nos sumergiremos en todos y cada uno de ellos.
Esas bibliotecas personales que tenemos en nuestras casas son casi como ese sótano donde Borges descubría el Aleph, un punto que contiene todos los lugares del universo. En nuestro caso, un escenario donde nos aguardan todas las voces del universo literario, llamándonos a descubrir cada uno de sus mundos.
Por otra parte, también es importante nombrar a los acumuladores de libros electrónicos. Esos universos literarios no ocupan espacio físico pero, aún así, también definen una realidad evidente del tsudonku en el siglo XXI. Sea como sea, el buen lector, como bien sabemos, siempre es fiel y logrará robarle horas al tiempo para dedicarse a lo que más adora: leer.
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